Borges: Diálogo sobre un diálogo
Distraídos en razonar la inmortalidad, habíamos dejado que anocheciera sin encender la lámpara. No nos veíamos las caras. Con una indiferencia y una dulzura más convincentes que el fervor, su voz repetía que el alma es inmortal. Me aseguraba que la muerte del cuerpo es del todo insignificante.
Entramos en el tema de la inmortalidad del alma. Vamos a hacer esto simple: si el alma es inmortal, y además conserva memoria después de la muerte—como le hubiera encantado a Unamuno—, para quienes creen esto con fervor, hay una solución sencilla para averiguarlo:
Autor: Jorge Luis Borges
Relato breve: Diálogo Sobre un Diálogo (1960)
A. —Distraídos en razonar la inmortalidad, habíamos dejado que anocheciera sin encender la lámpara. No nos veíamos las caras. Con una indiferencia y una dulzura más convincentes que el fervor, la voz de Macedonio Fernández repetía que el alma es inmortal. Me aseguraba que la muerte del cuerpo es del todo insignificante y que morirse tiene que ser el hecho más nulo que puede sucederle a un hombre. Yo jugaba con la navaja de Macedonio; la abría y la cerraba. Un acordeón vecino despachaba infinitamente la Cumparsita, esa pamplina consternada que les gusta a muchas personas, porque les mintieron que es vieja... Yo le propuse a Macedonio que nos suicidáramos, para discutir sin estorbo.
Z (burlón).—Pero sospecho que al final no se resolvieron.
A (ya en plena mística). —Francamente no recuerdo si esa noche nos suicidamos.
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