Auge y caída del patrón oro, por Jorge Pérez

Contexto Condensado

Último capítulo con Jorge Pérez Ramírez en esta Corta Historia de la Banca y un último hito bancario (para sumar a los tres anteriores): el auge y la caída del patrón oro. La historia que vemos no es más que la misma obra de teatro con otros actores. “Devaluación de moneda”, “apreciación”, “dinero barato”, “inflación”, “tasas de interés”, “corridas bancarias” como las del mundo cripto, donde FTX está haciendo los mismos “rescates bancarios” que vemos en este extracto—“el primer gran rescate financiero verdaderamente internacional”—; todo juega a repetirse. Incluso los problemas que parecen sobrevenir siempre en Alemania, y las crisis financieras en Argentina (no importa cuándo leás esto) que parecen no tener fin, aunque ya no afectan al mundo como lo hacían antes. Las movidas financieras hechas por Inglaterra, Francia, Estados Unidos y Rusia para convertirse en potencia, los créditos en tiempos de guerra, como los que estamos a punto de ver en el globo, el auge del dólar como moneda mundial—el origen de estos tiempos los podés encontrar aquí. Y podés ver lo que es una crisis de verdad, un invierno largo y duro en un mundo sin oro digital pero con la misma hambre de oro ¿Por qué? por juegos de arbitrage, de tipos de cambio, de ahorro, de especulación, de emisión de moneda; por los juegos del hambre. Por los mismos problemas de siempre. ¿Querés entender lo que está sucediendo (financieramente) hoy? Empezá por aquí (no importa cuándo leás esto).

Autor: Jorge Pérez Ramírez

Libro: Vidas Paralelas: la banca y el riesgo a través de la historia (2011)

Capítulo 3: La Edad Contemporánea (1815-1945). De Waterloo a la Segunda Guerra Mundial

Sección: El Banco de Inglaterra (2ª parte). La experiencia del patrón oro

Auge y caída del patrón oro

La guerra de Francia contra Alemania (bajo la hegemonía de Prusia) en 1870 provocó la suspensión de pagos del Banco de Francia y convirtió a Londres en el centro financiero internacional pre-eminente, tanto por el grado de desarrollo de sus mercados de capitales y bancarios, como por el triunfo que supuso el patrón oro (utilizado en Inglaterra) frente al bimetalismo oro-plata (Francia) o la plata (Holanda, Prusia y la mayor parte de América Latina), tras la decisión del gobierno alemán de adoptar el patrón oro en 1871. El efecto fue la generalización mundial de un régimen monetario basado en el oro, combinado con una libertad de movimientos internacionales de oro y capitales. En esencia, el régimen del patrón oro suponía que los tenedores de billetes bancarios podían cambiar sus billetes por un cantidad fija de oro. Todo ello contribuyó a fortalecer al Banco de Inglaterra como referente fundamental del sistema financiero internacional, y a considerar la libra esterlina como la moneda preferida cuando un banco no podía obtener todo el oro que deseaba.

Hacia 1890, el Banco de Inglaterra estaba ya actuando como prestamista de última instancia, cuando ese año se produjo una suspensión de pagos del banco Baring Brothers como consecuencia de sus inversiones en bonos inmobiliarios argentinos. La noticia de una posible quiebra de Baring alteró violentamente a los mercados de capitales mundiales y desató una corta pero grave crisis financiera. El apoyo con 17 millones de libras a Baring organizado por el Banco de Inglaterra y otorgado por un grupo de bancos privados ingleses (en el que casi todos los bancos insistían en participar, para demostrar su excelente solvencia) sirvió para liquidar buena parte de los pasivos de Baring. Para evitar cualquier duda en torno a la libra, el Banco de Francia transfirió 2 millones de libras en oro al Banco de Inglaterra y éste además obtuvo otro millón y medio de libras en oro mediante la venta de bonos del tesoro británico al Banco Imperial de Rusia. Con estas operaciones de respaldo al Banco de Inglaterra se llevó a cabo quizás el primer gran rescate financiero verdaderamente internacional.

El estallido de la Primera Guerra Mundial, en agosto de 1914, provocó una grave crisis financiera internacional. Tras el asesinato del archiduque austriaco y heredero del trono austro-húngaro, Francisco Fernando de Habsburgo, por un nacionalista serbo-bosnio el 28 de junio, los movimientos de tropas de Alemania y Rusia, diametralmente opuestos, despertaron el temor en los mercados de capitales. Las cancelaciones de depósitos bancarios provocaron la venta masiva de títulos por parte de los bancos ingleses en su deseo de obtener liquidez, lo que finalmente se tradujo en el cierre de la Bolsa de Londres, el día 31 de julio. Muchos países, para proteger sus monedas y reservas, abandonaron el patrón oro y las presiones para que también lo hiciera Inglaterra fueron grandes. El 1 de agosto se prohibió la exportación de oro, mientras el gobierno inglés ofrecía apoyo a los bancos privados mediante un especie de billetes de Estado (currency-notes), para cuya reintegración se destinó un fondo especial de oro. Este fondo especial era en 1915 de 28,5 millones de libras esterlinas, que al finalizar la guerra en 1918 no alcanzaba a cubrir totalmente las currency-notes emitidas, que en ese momento ascendía a más de 280 millones de libras esterlinas.

Como consecuencia de la economía de guerra, el Banco de Inglaterra hubo de hacer amplias concesiones en su política de crédito. En muchas ocasiones prescindió de disponer de una suficiente cobertura para las operaciones de descuento concedidas, lo que originó una intensa inflación. Aun cuando se concedió al Banco el derecho de suspensión a la reintegración de los billetes por oro, nunca se hizo uso de esta concesión. El hecho de mantener formalmente el patrón oro se debió, de un lado al predominio del tráfico comercial, que alejaba el temor a una considerable retirada de oro, y de otro lado, a la confianza general que tanto las empresas como los bancos y particulares mantenían en el Banco de Inglaterra. Pero, de hecho, el patrón oro ya estaba herido de muerte.


Confusiones monetarias, crisis bancarias y abandono del patrón oro: 1918-1939

En enero de 1918, antes de finalizar la guerra, el gobierno inglés organizó diversas reuniones y creó distintos comités con el ánimo de trazar un camino monetario para volver a la vieja paridad (3 libras, 17 chelines y 10,5 peniques por onza de oro fino), a la vez que se reconocía la escasez de oro en comparación con las existencias anteriores al inicio de la guerra. Para economizar oro, se propuso que los países mantuvieran sus reservas parte en oro y parte en divisas, es lo que se dio finalmente en llamar el «patrón de cambio oro» (Gold Exchange Standard), que se aprobó en 1922 (Conferencia de Génova).[1] En esencia, este nuevo patrón monetario consistía en el mantenimiento de las reservas monetarias no sólo bajo la forma de oro, sino también de divisas de un país sujeto al patrón oro (lingote-oro), lo que en la práctica significó, al principio solamente la libra esterlina, más tarde, la libra esterlina y el dólar, y por último casi solamente el dólar. El mantenimiento de las divisas se hacía, por lo general, bajo la forma de depósitos a la vista o a muy corto plazo en los países de la divisa de reserva (Inglaterra y Estados Unidos). El riesgo que ello suponía era que bastaba que se produjera un grave incidente en un país sujeto al patrón oro (Inglaterra, Estados unidos) para que todos los países se vieran afectados profundamente.

Uno de los efectos de la guerra fueron las deudas adquiridas por los países europeos con Estados Unidos por las enormes importaciones hechas durante el periodo bélico. Por ello, Estados Unidos acumuló las mayores reservas de oro, lo que estimuló, a partir de 1924, una política de préstamos desde este país. Estos préstamos, por los motivos que los provocaron (diferencial de tipos de interés) y por, al menos parcialmente, su destino (reconstrucción económica) dieron lugar a movimientos normales (no especulativos) de capitales entre países. Pero también revelaron la existencia de movimientos especulativos. Es verdad que una parte de los préstamos se instrumentaron mediante la emisión de bonos y acciones en la Bolsa de Nueva York, lo que suponía captación del ahorro estadounidense. Pero otra parte de los préstamos se concedieron para que los países europeos tuviesen reservas disponibles en dólares, esto es, como mecanismo para reconstruir parte de sus reservas, que se mantenían en depósitos en los propios bancos comerciales de Estados Unidos. Si a esto se añade las transferencias de capitales europeos hacia Estados Unidos, huyendo de los riesgos de pérdida de valor de su moneda (especialmente desde Alemania), es fácil imaginar la masa de fondos líquidos que se acumularon en Estados Unidos.

Para no mantener improductivos estos depósitos a la vista, los bancos estadounidenses concedieron préstamos, naturalmente a corto plazo, lo que generó una situación monetaria y bancaria delicada e inestable, destinada a derrumbarse al primer pánico y a suscitar una nueva crisis financiera. Lo sucedido en Alemania, país que acudió más ampliamente al crédito internacional, sirve para comprender y explicar la situación y sus efectos monetarios y bancarios sobre Inglaterra.[2]

Durante el decenio 1914-1923 la economía alemana quedó doblemente quebrada, tanto por la guerra como por la inflación, por lo que se encontró desprovista, casi por completo, de capitales con los que reconstruirse, razón por la que tuvo que acudir a los mercados financieros internacionales. Una vez que se inició el saneamiento de su moneda, a partir de 1924, la confianza en la economía alemana mereció el crédito de la banca internacional, y especialmente de la inglesa. Una parte de los créditos recibidos por Alemania fue utilizada para atender las sanciones impuestas en el Tratado de Versalles, en concepto de reparaciones de guerra, y otra parte se destinó a reformar y racionalizar la industria alemana. Un aspecto importante es que buena parte de estos préstamos eran a corto plazo y que, a partir de 1928, debido al ciclo alcista que se estaba desarrollando en la Bolsa de Nueva York, muchos bancos americanos no renovaron sus préstamos y, atraídos por la misma seducción, muchos capitales europeos afluyeron hacia Estados Unidos. A comienzos de 1929 la no renovación de préstamos a Alemania era notable y comenzó a preocupar la solidez de la economía alemana, lo que a su vez alimentó la evasión de capitales nacionales de este país y la venta de títulos alemanes en manos de extranjeros. En 1930, las retiradas de financiación a Alemania prosiguieron a ritmo acelerado, hasta que a partir de mayo comenzaron las primeras quiebras de bancos (iniciadas por el austriaco Creditanstalt, que pertenecía a los Rothschild, y el alemán Darmstädter and National Bank), de manera que, para tratar de evitar el contagio a otros bancos comerciales, éstos recibieron la orden de no reembolsar los depósitos, salvo para operaciones de indudable naturaleza comercial. Con todo, el problema más grave era que una retirada de dinero en tan corto periodo de tiempo sólo podía abordarse a costa de las reservas del país. La situación fue tan grave que en junio de 1931 hubo de concederse a Alemania una moratoria en el pago de las reparaciones de guerra, que posteriormente se amplió también a las deudas de carácter comercial.

Pero las turbulencias monetarias y bancarias no podían quedar reducidas a Alemania. Hasta febrero de 1931 las reservas del Banco de Inglaterra se incrementaron notablemente debido a las primeras retiradas de Alemania de los bancos ingleses y estadounidenses. Pero a partir de julio de ese año se invirtió la corriente. Tras la adopción del patrón cambio oro, Inglaterra recuperó su posición de centro bancario mundial, y los capitales franceses, suizos y holandeses volvieron a depositarse en los bancos ingleses. Sin embargo, en junio, cuando se anunció la moratoria de pagos alemana, los bancos extranjeros, conocedores de hasta qué punto estaban comprometidos los bancos ingleses en Alemania, se alarmaron y comenzaron a retirar sus depósitos. Las reservas de oro cayeron en julio por debajo del mínimo legal (120 millones de libras de esa época). Para intentar salvar a la libra, el Banco de Inglaterra obtuvo el primero de agosto préstamos de la Reserva Federal de Nueva York y del Banco de Francia, en dólares y francos, respectivamente, y con vencimientos a uno y dos años.

La situación se encauzó, pero no se resolvió. La salida de capitales de Inglaterra continuó y la disponibilidad de divisas extranjeras no hacía más que ayudarla. En pocas semanas se agotaron las divisas y la libra se encontró sin apoyos. El 21 de septiembre, Inglaterra abandonaba el patrón cambio oro y se inició una depreciación de la libra que contribuyó aún más al desorden y confusión monetaria. Las órdenes de transferencias de capitales de unos países a otros se intensificaron, así como las demandas de oro. Los bancos centrales europeos, que tenían depósitos en dólares en los bancos de Estados Unidos, comenzaron a retirarlos transformándolos en oro. Los depositantes estadounidenses, llevados por el pánico, comenzaron también a retirar sus depósitos, convirtiendo sus billetes en oro. En esta fuga de depósitos desordenada, Suiza, Holanda y Francia fueron los países preferidos para colocar el oro. Una sola preocupación asaltaba a los inversores de todo el mundo: liquidar lo antes posible las inversiones para convertirlas en forma líquida, y a ser posible en oro. Esta manía de liquidación de depósitos en masa, superiores a las posibilidades reales de los bancos, agudizó aún más la ya de por si grave situación económica, acelerando las quiebras bancarias en muchos países, lo que causó una fuerte contracción del crédito y una caída del consumo que afectó a una gran cantidad de empresas, no sólo en sus expectativas de expansión, sino en su gestión del día a día.

El colapso de la economía mundial fue impresionante, con los índices de producción descendiendo trimestre a trimestre, a la vez que las tasas de desocupación no cesaban de aumentar. sólo Inglaterra y Japón acusaban menos que los demás países los efectos de la crisis general, gracias al efecto compensador de la devaluación de sus monedas respectivas respecto del oro. Estas depreciaciones aumentaron notablemente las importaciones de productos ingleses y japoneses, agudizando una lucha comercial en perjuicio de los países que se mantenían fieles al oro. La situación de muchos países, ya de por sí difícil, llegó a hacerse precaria provocando el inicio de medidas de «control monetario» y «contingentación de importaciones» cada vez más rigurosas en defensa de sus amenazadas industrias nacionales. Un conjunto de 21 países, empezando por Suecia al final de septiembre de 1931, siguieron el ejemplo de Inglaterra y abandonaron el patrón oro, mientras que los gobiernos de 30 naciones establecieron controles de cambios y políticas de contingentes. El nacionalismo económico se reforzaba cada día más y el comercio mundial se hundía. La crisis económica, en lugar de mitigarse, se agravaba.

Durante este periodo, a pesar de las copiosas llegadas de oro, el Banco de Inglaterra se abstuvo de comprarlo, manteniendo inmutables sus reservas al mínimo de 120 millones de libras. La razón era que, por ley, el oro debía contabilizarse en los libros del Banco por su valor legal, pero, debido a la depreciación de la libra, el precio que había que pagar era mucho mayor y, en consecuencia, todas las compras habrían provocado fuertes pérdidas en los libros del Banco. Para evitar este inconveniente, y hacer posible que las buenas condiciones de la balanza de pagos se reflejasen en el aumento de las reservas de oro del Banco, además de para mantener estable la libra, el gobierno creó el 11 de mayo de 1932 un fondo denominado Exchange Equalization Account. El fondo se financió mediante la emisión de 150 millones de libras en bonos (ampliado después hasta 300) que se utilizaría para compensar al Banco de las pérdidas sufridas por las oscilaciones en los cambios y como mecanismo para impedir que los movimientos de capitales influyesen en las condiciones monetarias de Inglaterra (esterilización monetaria). Esta reserva de oro, complementaria a la que tenía el Banco, era una cuenta de gestión secreta, y este carácter se consideraba deseable como mecanismo para contrarrestar la especulación contra la libra.[3] Los bonos se utilizaban para comprar divisas que luego se convertían en oro; si se retiraban depósitos extranjeros, el fondo utilizaba el oro para comprar libras, que luego se utilizaban para adquirir bonos, con lo que de esta forma se neutralizaba la operación original. A partir de ese momento comenzaron a elevarse las reservas del Banco de Inglaterra durante algunos meses hasta alcanzar los 139 millones; el resto del año la situación monetaria mundial permaneció estacionaria.

Una nueva tormenta monetaria se inició en febrero de 1933, en esta ocasión motivada por la crisis bancaria que estalló en Estados Unidos y el pánico que, para tratar de atajar las retiradas de depósitos, produjo el cierre de todos los bancos, incluida la Reserva Federal, tras la toma de posesión del nuevo presidente Franklin D. Roosevelt el día 4 de marzo. Todos los bancos de Estados Unidos permanecieron cerrados hasta que un equipo de inspectores bancarios, una vez verificada su solvencia, autorizaba su reapertura. La Reserva Federal reinició sus operaciones el día 13 de marzo, pero algunos estados estuvieron sin bancos más de cuatro meses. Cuando el primero de abril Estados Unidos abandonó el patrón oro, comenzaron de nuevo las retiradas rápidas de depósitos de los bancos americanos de las que esta vez Inglaterra salió beneficiada, lo que permitió al Banco de Inglaterra reforzar sus reservas de oro en prevención de futuras sorpresas.

De esta manera, con la caída del dólar de Estados Unidos en el caos monetario, sólo un grupo de países continuaban decididos a mantener a toda costa el régimen del patrón oro: Italia, Francia, Suiza, Holanda y Bélgica. En cualquier caso, el síntoma que mejor refleja el estado de ánimo de la población en aquellos años queda reflejado en la tendencia de todos los países al atesoramiento de oro. Este oro, que en otras épocas habría servido para aumentar la base del crédito para la economía, fue esencialmente absorbido por los particulares como medio de acumular y conservar sus patrimonios. La depreciación del tipo de cambio del dólar fue seguida por una subida de precios que, en un entorno de depresión, hacía sentirse eufóricos a los estadounidenses mientras las autoridades inglesas trataban de estabilizar la caída del dólar.

Cuando todo parecía indicar que, por fin, la economía mundial se dirigía hacia su reajuste, un acontecimiento vino a suscitar nuevas alarmas y a poner en movimiento el oro de un país a otro. El primero de febrero de 1934, el presidente Roosevelt anunciaba un incremento oficial del precio del oro, desde los 20,67 hasta los 35 dólares por onza de oro fino, es decir, una devaluación del dólar del 69,33 por 100. Esta medida, que, eliminando la incertidumbre inicial, estaba destinada a producir en el futuro importantes ventajas, causó inicialmente notables perturbaciones. Ante todo, causó una importante repatriación de capitales estadounidenses desde Inglaterra, donde se habían refugiado huyendo de la depreciación, repatriación que, naturalmente, se efectuó en oro. En segundo lugar, como el precio oficial elegido para el oro en Estados Unidos era superior al del mercado, resultaba más ventajoso comprar el oro en los países que se mantenían dentro del patrón oro para transferirlo y venderlo en Estados Unidos. Este hecho provocó fuertes salidas de oro desde Europa, especialmente Suiza y Holanda, hacia Estados Unidos. Una parte de las transferencias se hicieron a costa de las reservas de oro de los bancos centrales, pero también hubo importantes transferencias realizadas por particulares que lo tenían acumulado en Europa.

Después de las primeras perturbaciones, el mundo entró en un periodo de relativa calma monetaria, a pesar de lo cual no cesaron de aumentar las reserva de oro en Estados Unidos. En la primavera de 1935, Bélgica se vio obligada a devaluar su moneda, y ello provocó el temor a que otros países que se mantenían en el patrón oro tomaran medidas análogas. Las reservas de oro de Estados Unidos se vieron nuevamente beneficiadas el 2 de octubre de 1935 cuando las tropas italianas estacionadas en Eritrea y Somalia agredieron a Etiopía, lo que, por las posibles complicaciones políticas que podía originar en Europa, generó un nuevo pánico general. Las reservas de Francia, ya en curso de disminución por la crisis financiera mundial, se vieron aún más deterioradas por los continuos cambios de gobierno. Las posibilidades de una devaluación del franco, y con él de las monedas de los países del patrón oro, hacía aumentar la presión para encontrar una estabilización monetaria.

En septiembre de 1936, como parte del esfuerzo por evitar devaluaciones competitivas y restaurar la confianza en los negocios internacionales, en conjunción con una devaluación del franco y su simultáneo abandono del patrón oro, Inglaterra, Estados Unidos y Francia alcanzaban un acuerdo monetario: Acuerdo Monetario Tripartito. El contenido del acuerdo suponía el compromiso de los tres gobiernos de cooperar para alcanzar el mayor equilibrio posible en los tipos de cambio entre las tres monedas, mediante un mecanismo de apoyo a la moneda de los otros. Cada país se comprometía a mantenerse en disposición de consultar a los demás en relación con las operaciones en moneda extranjera y a conservar la moneda de los otros, al menos durante 24 horas, antes de proceder a su conversión en oro.

El Acuerdo Tripartito detuvo los movimientos especulativos contra el franco, pero estimuló en la dirección contraria los movimientos sobre el dólar. Los inversores europeos que habían acaparado oro porque desconfiaban de sus monedas empezaron a cambiarlo por dólares y a comprar títulos en la bolsa. En septiembre de 1937 se produjo una nueva crisis en la Bolsa de Nueva York y una nueva recesión se sintió sobre el mundo, si bien una política monetaria de dinero barato y los programas estadounidenses de gasto público la hicieron menos severa que la originada en 1929.

A medida que los riesgos de guerra en Europa se hacían más evidentes, los efectos benéficos de la paz se fueron perdiendo. El Banco de Inglaterra subió los tipos de interés del 2 hasta el 4 por 100 en agosto de 1939. sin embargo, al contrario que en 1914, la actividad financiera no dio muestras de pánico cuando el 3 de septiembre de 1939 se declaraba la guerra a Alemania. A consecuencia de ésta, el tipo de interés fue reducido al 3 por 100 el 28 de agosto y al 2 por 100 el 26 de octubre, permaneciendo en esta cifra hasta más allá del final de la guerra. Al final de la guerra la deuda pública inglesa había pasado de 7.245 millones de libras en marzo de 1939 a 23.745 millones de libras en abril de 1945. En buena medida, ello fue posible gracias a la financiación estable otorgada por el Banco de Inglaterra al Tesoro inglés con un tipo de interés del 1 por 100 para las necesidades financieras a corto plazo (seis meses).


  1. G. Davies, History of the Money, 3ª ed., revisada y ampliada, Cardiff, University of Walles Press, 2002. ↩︎

  2. Charles Kindleberger, (1984), Historia Financiera de Europa, Barcelona, Crítica, 1988 ↩︎

  3. El valor que se concedía en aquella época al secreto en la gestión de la política monetaria contrasta con la insistencia actual para que las autoridades monetarias comuniquen al mercado sus motivaciones firme y rápidamente. ↩︎


Creación de los bancos centrales, por Jorge Pérez
Nacen aquí los billetes. Y el endoso. Y los bancos centrales. Y las corridas bancarias. Y empiezan a pegar duro las devaluaciones de las monedas y las acciones. Y las burbujas bursátiles. Y, por lo tanto, surgen las complejas movidas financieras de los bancos para no perder plata.
👈🏽 CORTA HISTORIA DE LA BANCA, CAPÍTULO 3

La Banca: long story short
La historia de la Banca, que es muy larga, es cortita. No importa si en Babilonia o Nueva York, si en la Antigua Grecia o en Antigua y Barbuda, si en las Venecia y Florencia medievales o en las Américas renacentistas, si en Aleppo o en Nigeria... Mi argumento es que hay dos grupos de gente:
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