Arthur Schopenhauer: el ocio y lo que uno es

Contexto CondensadoAlgo cortito sobre los Aforismos Sobre el Arte de Vivir: 1) No se publicó como un libro en sí mismo, sino como parte central de Parerga und Paralipomena. 2) De aforismos no tienen nada: son ensayos largos que abundan en citas y referencias históricas y filosóficas de distintos idiomas, demostrando que la cadena de pensamientos humana es global y atemporal, que todo está conectado, y que hay cosas que suenan mejor en su idioma original.El segundo capítulo del Arte de Vivir se llama De lo que uno es; sobra decir qué es lo que se indaga.A continuación, presentamos varios extractos de este mini-ensayo, porque si lo republicamos completo corremos el riesgo de que no lo leás, y esto es algo que vale la pena leer y releer. Rescatamos todos los extractos que tengan que ver con el ocio personal y el uso del mismo, porque estamos trippeando ahora mismo con ese tema, y porque, como veremos, parece que ahí reside la clave de la felicidad.

Autor: Arthur Schopenhauer

Libro: Aforismos Sobre el Arte de Vivir (1851)

Capítulo 2: De lo que uno es (extractos varios)

Empecemos por el principio: los primeros párrafos del capítulo. Lo leemos en la traducción de Fabio Morales García, [sus notas y traducciones van entre corchetes].

Ya hemos discernido en términos generales que lo que uno es contribuye mucho más a su felicidad que lo que uno tiene, o que lo que uno representa. Siempre lo determinante será lo que alguien sea y, por consiguiente, lo que tenga en sí mismo; pues su individualidad lo acompaña siempre y a todas partes, impregnando todo lo que experimenta. En cualquier asunto y circunstancia lo más que el sujeto disfruta es su propia persona; si esto vale ya para los placeres físicos, con tanta mayor razón para los espirituales. De ahí lo acertadísimo de la expresión inglesa to enjoy oneself, de acuerdo con la cual se dice, por ejemplo, he enjoys himself at Paris, que no significa «él disfruta de París», sino «él disfruta de sí mismo en París». Ahora bien, si la individualidad está mal constituida, todos los placeres serán como vinos exquisitos en una boca untada de hiel. De ahí que, en lo bueno y en lo malo, sea menos determinante el azar y lo que le acaece a uno en la vida, exceptuando las calamidades, que la manera en que lo experimenta, es decir, la clase de sensibilidad que se tenga en cualquier respecto, y el grado de la misma. Lo que alguien es y posee en sí mismo, es decir, la personalidad y el valor de esta, es lo único que afecta directamente a la dicha y al bienestar propios. Todo lo demás es indirecto; de ahí que su repercusión pueda evitarse, cosa que jamás ocurre con la de la personalidad...

...A esto se debe que soportemos con mayor entereza una desgracia que nos viene completamente de fuera que una de la que somos en parte responsables: pues el destino puede cambiar, pero la naturaleza propia, jamás. Los bienes subjetivos, como un carácter noble, una inteligencia capaz, un temperamento afortunado, un ánimo alegre y un cuerpo bien formado y totalmente sano, y en suma, mens sana in corpore sano (Juvenal, Saturae, 4, 10), son para nuestra felicidad los principales y los más importantes; por lo que debemos atender mucho más a su generación y conservación que a obtener los bienes y el honor exteriores...

Avancemos algunas páginas en el texto; entramos en la materia de la relación del ocio con la “riqueza interior”:

Hasta la más superficial ojeada nos revela que el dolor y el aburrimiento son los dos mayores enemigos de la felicidad humana. Al respecto cabe observar que cuanto más conseguimos sustraernos a uno de ellos, más nos acercamos al otro, y viceversa; por lo que nuestra vida representa en el fondo un movimiento de oscilación más o menos rápido entre ambos. Y ello se debe a que poseen un doble antagonismo, uno externo y objetivo, y otro interno y subjetivo. Así, en lo externo, la necesidad y la privación producen dolor, mientras que la seguridad y la abundancia producen aburrimiento...

...Este vacío interior es la causa principal de la afición a las reuniones sociales, a los entretenimientos, a los placeres y lujos de todo tipo, que conduce a muchos al derroche y luego a la miseria. Contra esta miseria no hay mejor escudo que la riqueza interior, la del espíritu: pues cuanto más se aproxima esta a la eminencia, menos cabida da al aburrimiento. La inagotable efervescencia de ideas, su dinamismo siempre renovado a través de las diversas manifestaciones del mundo interior y exterior, la energía y el impulso para lograr siempre novedosas combinaciones de las mismas, libran por completo al intelecto eminente —y esto sin contar los momentos de distensión— de las garras del aburrimiento...

...El hombre rico de espíritu aspirará sobre todo a la ausencia de dolor y de preocupaciones, a la serenidad y al ocio, y, en consecuencia, buscará una vida tranquila, modesta, pero lo más independiente posible, y, en consecuencia, tras haber conocido durante cierto tiempo al denominado hombre, optará por mantenerlo a distancia, o incluso, si es un genio excepcional, escogerá la soledad. Pues cuanto más sea lo que tiene alguien en su interior, tanto menos requerirá de fuera y, por consiguiente, tanto menos significarán los otros para él. De ahí que la eminencia del espíritu conduzca a la misantropía. Si al menos lo cualitativo en la sociedad pudiera ser compensado por lo cuantitativo, entonces hasta valdría la pena vivir en el gran mundo; pero, desgraciadamente, ni cien tontos reunidos valen lo que un hombre inteligente. Quien esté situado en el otro extremo, en cambio, buscará diversión y compañía a cualquier precio, siempre que la necesidad le dé un respiro, y se aficionará a cualquier cosa con tal de poder huir de sí mismo. Pues en la soledad, donde uno se ve remitido a su yo, es donde se muestra lo que cada uno lleva en su interior: el necio vestido de púrpura solloza bajo el lastre insoportable de su mísera individualidad, mientras que el hombre talentoso puebla y vivifica con sus pensamientos hasta el entorno más estéril. Por ello es muy cierto lo que dice Séneca (Cartas a Lucilio, 9).: omnis stultitia laborat fastidio sui [“toda estupidez labra su propio aburrimiento”]...

Recordemos que esto fue publicado en 1851, porque a continuación encontramos una explicación a nuestra adicción a los hits de dopamina inmediatos de las redes sociales (y también al cigarro y otras drogas): cuando estamos aburridos, “se va proveyendo a la voluntad de motivos pequeños, puramente efímeros y tomados al azar, para despertarla y de esa manera poner en actividad también al intelecto, que se ve obligado a captarlos; estos motivos se comportan con respecto a los verdaderos y naturales como los billetes de banco a la plata; pues su valor ha sido establecido de manera puramente arbitraria”.Y aquí arrancamos con la relación entre el ocio, el bastarse a uno mismo, y la felicidad, y el lamentable hecho de confundir el ocio con “aburrimiento y estulticia”, con ociosos.

...Por el hecho mismo de que el cerebro funge como parásito o pensionista de todo el organismo, el ocio que cada uno ha conquistado, que le permite disfrutar libremente de su consciencia e individualidad, es el fruto y el rendimiento de toda su existencia, el resto de la cual no es sino esfuerzo y trabajo. Pero ¿qué significa el ocio para la mayoría de los hombres? Aburrimiento y estulticia, a menos que tengan a la mano placeres corporales o tonterías con que llenarlo. Cuán poco valor tiene este ocio lo demuestra la manera como estos hombres lo emplean: se trata precisamente del ozio lungo d’uomini ignoranti d e Ariosto [“lento ocio de los hombres ignorantes”; Orlando furioso, XXXIV, 75].

La gente ordinaria se dedica únicamente a emplear el tiempo; quien tiene algún talento, en cambio, a utilizarlo. El que las inteligencias limitadas estén tan expuestas al aburrimiento se debe a que su intelecto no es otra cosa que el medio de proveer de motivos a su voluntad. Por ello, cuando no hay disponibles motivos a los que recurrir, la voluntad se aletarga y el intelecto sale de vacaciones; ni una ni otro son capaces de emprender algo por sí mismos: el resultado es un terrible estancamiento de todas las facultades del individuo: el aburrimiento. Para hacer frente a este último, se va proveyendo a la voluntad de motivos pequeños, puramente efímeros y tomados al azar, para despertarla y de esa manera poner en actividad también al intelecto, que se ve obligado a captarlos; estos motivos se comportan con respecto a los verdaderos y naturales como los billetes de banco a la plata; pues su valor ha sido establecido de manera puramente arbitraria. Y no son otros que los juegos, sean de mesa o de otro tipo, que han sido inventados justamente con este propósito. Si no están disponibles, el hombre obtuso se las arregla haciendo ruidos o dando golpecitos con todo lo que le cae en las manos. También el cigarro le resulta un bienvenido sucedáneo de los pensamientos. He ahí por qué en todos los países el juego de naipes se ha convertido en la ocupación principal de la sociedad: es la medida de su valor y una bancarrota manifiesta de todas las ideas.

Como la sociedad no tiene ideas para intercambiar, intercambia naipes y trata de arrebatarse mutuamente los florines. ¡Oh mísero género humano! Para tampoco ser injusto aquí, no quiero, sin embargo, ocultar un posible argumento en defensa del juego de cartas, y es que constituiría un ejercicio preliminar para la vida mundana y los negocios, en la medida en que nos enseñaría a utilizar hábilmente las circunstancias que el azar nos impone inexorablemente (los naipes) y a obtener de ellas el mayor provecho posible, estimulando de paso la costumbre de la contenance [“el aplomo”], consistente en poner buena cara a una mala mano. Pero precisamente por ello, el juego de naipes ejerce también un efecto desmoralizador. El propósito de este juego es quitarle al otro, valiéndose de cualquier medio, aunque sea un ardid o un engaño, todo lo que tiene. Pero la costumbre de proceder de esta manera en el juego va echando raíces, se traslada a la vida práctica y hace que uno termine por adoptar el mismo comportamiento en asuntos de lo mío y lo tuyo, y por considerar como legítima cualquier ventaja que se tenga en la mano, con tal de que la ley no la prohíba. Confirmaciones al respecto nos las brinda a diario la vida burguesa. Debido, pues, a que, como se dijo, el ocio es la flor, o mejor dicho el fruto, de la existencia de cada cual, en cuanto le permite a este tomar plena posesión de sí mismo, merecen el nombre de afortunados quienes encuentran algo efectivamente valioso en sus propias personas; mientras que para la inmensa mayoría de la gente, el ocio no tiene otro efecto que la producción de un individuo inútil que para desgracia suya se aburre terriblemente. Alegrémonos, pues, «queridos hermanos, porque no somos hijos de la esclava, sino de la mujer libre» (Gal., 4, 31).

Por lo demás, así como el país más feliz es aquel que necesita importar poco o nada, así también ocurre con el hombre que debido a su riqueza interior se basta a sí mismo y que requiere para su entretenimiento poco o nada de fuera; pues importar cosas tiene un alto precio, crea dependencia, involucra riesgos, trae sinsabores y al final es sólo un mal sustituto para los productos del propio terruño. No cabe esperar mucho de los demás y, en general, de fuera, en ningún sentido. Lo que alguien pueda significar para otro tiene límites muy estrechos: al final cada uno se queda solo, y entonces lo único que cuenta es quién se ha quedado solo. Así pues, vale aquí lo que Goethe (Dichtung und Wahrheit, parte 3, libro 15) expresa en general, cuando indica que en todas las cosas contamos en último término sólo con nosotros mismos; o, como dice Oliver Goldsmith (The Traveller, v. 431):

“Still to ourselves in ev’ry place consign’d
Our own felicity we make or find.”

Cada uno debe, pues, arreglárselas solo y hacer todo por sí mismo. Cuanto más lo logre y más halle, por consiguiente, la fuente de sus placeres en su persona, tanto más feliz será. Con muchísima razón dice, pues, Aristóteles: ἡ εὐδαιμονία τῶν αὐτάρκων ἐστὶ (Ethica Eudemia VII, 2), que traducido significa: “la felicidad es de quienes se bastan a sí mismos”. Pues todas las fuentes externas de la felicidad y del gozo son, por su propia naturaleza, extremadamente inciertas, defectuosas, pasajeras y dependientes del azar, y pueden, aun en las circunstancias más favorables, extinguirse con facilidad; y esto es hasta cierto punto inevitable, dado que no siempre están disponibles. En la edad avanzada, por cierto, se agotan necesariamente casi todas; entonces nos abandonan el amor, las bromas, los deseos de viajar, la afición a los caballos y la aptitud para asistir a reuniones sociales; incluso amigos y parientes nos son arrebatados por la muerte. Entonces, más que nunca, lo importante es lo que cada uno tiene en sí mismo. Nada, en efecto, resistirá mejor el paso del tiempo. Además, en cada edad de la vida, lo que uno tiene en sí mismo es definitivamente la única fuente de felicidad verdaderamente estable. En el fondo, el mundo no tiene mucho que ofrecernos: está lleno de miseria y dolor, y a quienes logran escapar de estos males los acecha en cada esquina el aburrimiento. Además, por regla general, la maldad y la estupidez son las que dictan la pauta. El destino es cruel, y los hombres, miserables. En un mundo semejante, el hombre que tiene mucho en su persona se parece a una habitación navideña cálida y alegre, situada en medio de la nieve y el hielo de las noches de diciembre. Por todo ello, poseer una excelente y rica personalidad y, en especial, mucho ingenio es sin duda el destino más afortunado del mundo, aunque difiera del más deslumbrante...

...Aquel que haya sido favorecido con esta vocación por la naturaleza y el destino habrá de velar cuidadosamente por que la fuente interior de su felicidad siempre esté a su alcance; y, para ello, requiere de independencia y de ocio. Por lo que no vacilará en obtener estos últimos por medio de la moderación y el ahorro; tanto más cuanto que no es un individuo que dependa, como los demás, de las fuentes externas de los placeres. La esperanza de obtener cargos, dinero, favores y el aplauso del mundo no lo tentará a renunciar a sí mismo con el fin de adaptarse a los propósitos indignos o al mal gusto de los hombres. En caso necesario, hará lo que sugiere Horacio en la epístola al Mecenas [Epistulae, I, 7: “Quien se dé cuenta de cuánto aventaja lo desechado a lo pretendido, regrese rápidamente y recupere lo dejado. Conviene que cada cual se talle y calce en sus medidas”]. Es una gran torpeza perder en lo interno para ganar en lo externo, es decir, sacrificar parcial o totalmente la tranquilidad, la independencia y el ocio de uno mismo en aras del brillo, el rango, el lujo, los títulos o los honores. Esto, no obstante, es lo que hizo Goethe. Pero a mí mi genio inspirador me ha empujado decididamente a tomar el camino opuesto...

Cerramos la lectura con otros retazos tomados de páginas más adelante en el capítulo, donde vemos la relación directa entre el ocio y el cuidado de uno mismo vía el conocimiento, persiguiendo los afanes de la intelectualidad:

Nuestra vida práctica y real es, cuando no la mueven las pasiones, aburrida e insulsa; y cuando la mueven, no tarda en volverse dolorosa; de ahí que sólo sean felices quienes han recibido una cantidad de inteligencia que excede en grado mayor o menor la que se requiere para el servicio de la voluntad. Pues ello les permite llevar, junto a su vida real, una vida intelectual que los ocupa y entretiene continuamente de forma indolora y, sin embargo, animada. El mero ocio, es decir, el hecho de que un intelecto esté desocupado porque no está sirviendo a la voluntad, no basta para ello; se necesita además un auténtico excedente de fuerza: pues sólo este capacita para una ocupación no supeditada a la voluntad y puramente espiritual; en cambio, otium sine litteris mors est et hominis vivi sepultura [“El ocio sin las letras es para el hombre como la muerte o una sepultura en vida”] (Séneca, Cartas a Lucilio, 82).

Sin embargo, según sea grande o pequeño dicho excedente, hay innumerables grados de aquella vida intelectual que es vivida junto a la real, y que van desde el mero coleccionar y describir insectos, pájaros, minerales o monedas hasta las creaciones más elevadas de la poesía y la filosofía. Pero tal vida intelectual no sólo protege contra el aburrimiento, sino también contra sus secuelas. Se convierte en un escudo contra las malas compañías y contra los muchos peligros, accidentes, pérdidas y derroches en los que se incurre cuando se busca la felicidad únicamente en el mundo real. Así, mi filosofía jamás me ha dado ganancia alguna; pero me ha ahorrado muchas cosas.

El hombre normal y corriente, en cambio, depende, en cuanto a los placeres de la vida, de cosas externas a él, como las posesiones materiales, el rango, la mujer y los hijos, los amigos, la sociedad, etc., en las que se basa la felicidad de su vida; de ahí que esta felicidad se arruine si las pierde, o si alguna de ellas lo decepcionó. Para expresar esta situación, digamos que este hombre tiene su punto de equilibrio fuera de sí. De ahí que esté siempre plagado de manías y deseos cambiantes: si posee el dinero para ello, unas veces comprará casas de campo o caballos, otras dará fiestas o realizará viajes, pero, en general, practicará el lujo; pues en todo buscará una satisfacción de fuera, así como el hombre debilitado cree que con consomés y fármacos puede recuperar su salud y vigor, cuya verdadera fuente es, sin embargo, su fuerza vital interna.

Pongamos a su lado, para no pasar de una vez al otro extremo, a un hombre que, sin tener facultades espirituales eminentes, apenas supera las acostumbradas; veremos como este practica, a nivel diletante, alguna de las bellas artes o se dedica al estudio de una ciencia como la botánica, la mineralogía, la física, la astronomía, la historia, etc., hasta el punto de encontrar allí una parte considerable de su gozo y un solaz reconfortante cuando aquellas otras fuentes exteriores se agotan o hayan dejado de satisfacerlo. Podemos, en esa medida, afirmar que su centro de gravedad ya está situado parcialmente dentro de sí mismo. Pero como el mero diletantismo en un arte dista mucho de la capacitación creadora y las ciencias empíricas se limitan a constatar las relaciones entre los fenómenos, el hombre no puede identificarse con estas actividades, estas no llenan completamente su ser, y por lo tanto, su vida no puede entrelazarse con ellas de forma que perdiese todo interés en lo demás. Esto último está reservado para la eminencia intelectual sublime, designada usualmente con el nombre de genio: pues sólo ella aborda de manera completa y absoluta, como su tema específico, la existencia y esencia de las cosas, y se esfuerza por consiguiente en expresarlo, según sea su dirección individual, mediante el arte, la poesía o la filosofía. Sólo para un hombre de esta especie la ocupación incesante consigo mismo, con los propios pensamientos y obras es una necesidad perentoria; la soledad, bienvenida; el tiempo de ocio, es el mayor de los bienes; y todo lo demás, es innecesario, y, si está presente, hasta oneroso. Sólo con respecto a un hombre semejante podemos decir, en consecuencia, que su centro de gravedad está totalmente en sí mismo. Eso explica también que los muy escasos individuos de este tipo, por muy buen carácter que tengan, no muestren ese profundo e ilimitado interés hacia amigos, familia y sociedad del que son capaces algunos de sus congéneres: pues son eventualmente capaces de consolarse de la carencia de todo; basta con que se tengan a sí mismos...

Una persona provista de semejante riqueza no necesita recibir de fuera sino un regalo negativo, a saber, tiempo libre u ocio con el que formar y desarrollar sus habilidades espirituales y disfrutar de su riqueza interior, es decir, sólo el permiso necesario para ser él mismo cada día y hora del resto de su vida. Para alguien predestinado a imprimir la huella de su espíritu en el conjunto del género humano existe una sola dicha y una sola desgracia, a saber, que se le permita desarrollar completamente sus capacidades y llevar a cabo sus obras —o, alternativamente, que se le impida hacerlo—. Todo lo demás carece de importancia para él. Por ello vemos cómo los grandes espíritus de todos los tiempos dieron el máximo valor al ocio. Pues el tiempo libre de una persona vale tanto cuanto valga ella. Δοκεῖ δὲ ἡ εὐδαιμονία ἐν τῇ σχολῇ εἶ ναι (videtur beatitudo in otio esse sita) [“La felicidad parece estar en el ocio”], dice Aristóteles (Ética a Nicómaco 10, 7).

Y Diógenes Laercio (II, 5, 31) nos relata que Σωκράτης ἐπῇνει σχολήν, ὡς κάλλιστον κτημάτων (Sοcrates otium ut possessionum omnium pulcherrimam laudabat) [“Sócrates alababa el ocio como la posesión más hermosa”].

Por eso Aristóteles (Et. Nic. X, 7, 8, 9) caracteriza la vida filosófica como la más feliz. También viene al caso lo que este dice en la Política (IV, 11): τὸν εὐδαίμονα βίον εἶ ναι τὸν κατ ̓ ἀρετὴν ἀνεμπόδιστον [“La vida feliz es la que permite el libre ejercicio de la virtud”], que se podría traducir según el sentido como: «la verdadera felicidad consiste en poder ejercer sin impedimentos la propia excelencia, sea cuál fuere esta»; y concuerda con ello la sentencia de Goethe, en Wilhelm Meister: Wer mit einem Talent zu einem Talent geboren ist, findet in demselben sein schönstes Dasein [“Quien nace con talento para cierto talento encuentra su mayor dicha ejerciéndolo”].

Ahora bien, disponer de tiempo libre es algo no sólo raro de encontrar en el hombre, sino también generalmente extraño a su naturaleza: pues el destino natural del hombre es emplear todo su tiempo en la adquisición de lo necesario para sí y para su familia. El hombre es hijo de la necesidad; no constituye una inteligencia libre. De ahí que el tiempo libre se convierta pronto en una carga para él, y finalmente en una tortura, si no lo puede llenar, por medio de variadísimas metas artificiales y ficticias, con juegos, pasatiempos y aficiones de toda laya; y, por lo mismo, ese tiempo libre no deja de comportar cierto riesgo, pues con razón se dice difficilis in otio quies [“La tranquilidad es difícil en el ocio”].

Por otra parte, un intelecto que supere ampliamente la media común es asimismo anormal y, por lo tanto, no natural. Pero si está presente, su poseedor deberá disponer, para ser feliz, de ese mismo ocio que para otros representa una carga o un peligro; pues sin él será como un Pegaso uncido a un yugo, es decir, será desdichado. En cambio, el que coincidan ambas anomalías, la externa y la interna, es una suerte enorme: pues ahora el afortunado podrá llevar una vida de orden superior, a saber, la de alguien eximido de las dos raíces diametralmente opuestas del sufrimiento humano, la necesidad y el aburrimiento, o, si se prefiere, la penosa lucha por la existencia y la incapacidad para soportar el ocio (o sea, una existencia libre); dos males que, de otra manera, el hombre sólo logra evitar permitiendo que se neutralicen y anulen mutuamente...


Cita a:

Aristóteles: ocio y felicidad
También creemos que el placer debe estar mezclado adicionalmente a la felicidad, y que esta reside en el ocio: en efecto, nos privamos del ocio para tenerlo, igual que hacemos la guerra para tener paz. Ahora bien, de las virtudes prácticas la actividad se da en la política o en la guerra.

Complementar con:

Rosa Montero: cuando nos vendemos
Todos nos pasamos la vida buscando nuestro punto de equilibrio con el poder. No queremos ser esclavos y (en general) tampoco tiranos. Pero a veces nos vendemos. El escritor debería ser como ese niño que grita, al paso del cortejo real, que el rey está desnudo, pero a menudo no sucede eso.

Leer un extracto del capítulo siguiente de los Aforismos Sobre el Arte de Vivir:

Arthur Schopenhauer: sobre el arte de la economía
La fortuna ha de considerarse como una protección contra las calamidades y accidentes; no como una obligación a procurarse de placeres. La gente que no ha heredado bienes y llega a ganar mucho dinero por sus talentos, termina pensando que su talento es su capital, y sus ganancias sus intereses.

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