Albert Einstein sobre el pacifismo y el servicio militar
Toda guerra tiene detractores, pacifistas, contrarios, activistas, negadores. Toda guerra pasada tiene críticos, partidarios e historiadores. Toda guerra inminente tiene previsores y notificadores. Albert Einstein, que no utilizó nunca rimas infantiles, pero sí absolutismos, cumplió todos los roles anteriores.
En 1934, cuando Einstein tenía 55 años, se publicó su colección llamada Mi visión del mundo, o El mundo como lo veo yo, que puede ser una mejor traducción del título original en alemán, Mein Weltbild, que significa algo tipo “mi punto de vista”, o “mi opinión”, o “mi imagen” del mundo. “Mi visión” se puede interpretar de una forma más utópica de lo que merece el libro, que es una selección de ensayos cortitos, cartas, artículos, pronunciamientos y otros escritos del científico más famoso de la historia (al menos en esta época en la que se alaba el ser famoso). El prefacio a la primera edición está firmado por un enigmático J. H., que escribe:
“Hoy en día, este hombre se ve arrastrado, en contra de sus intenciones, por el torbellino de las pasiones políticas y la historia contemporánea. Como resultado, Einstein está experimentando el mismo destino que muchos de los grandes hombres de la historia: su carácter y sus opiniones están siendo exhibidos ante el mundo de una forma totalmente distorsionada. Prevenir este destino es el verdadero objetivo de este libro”.
Un año antes, en 1933, Hitler se había hecho con el poder en Alemania. Un mes antes de su ascenso, Einstein, previendo su destino como judío, y previniendo, se había mudado a los Estados Unidos. La Segunda República de España le había ofrecido asilo y trabajo, pero ya sabemos que en ese entonces se gestaba en España una guerra civil; lo que el genio buscaba era paz. No sólo interna: en contra de sus intenciones iniciales, dada su influencia en la opinión pública y su condición de judío, no se vio más que obligado a inmiscuirse en asuntos políticos. La ciencia no debería mancharse, pensaba, pero la vio mancharse. Luego descubrió que había algo más imperante que hacer descubrimientos: cuidar a los descubridores. También descubrió que si vis pacem, para bellum.
Si querés paz, preparate para la guerra, le dijo de alguna manera al presidente Roosevelt, y quedó para siempre asociado con la bomba atómica. Se arrepintió después. (¿Se arrepintió después?) Einstein se estrelló contra la guerra, sus motivos y sus consecuencias, en múltiples oportunidades. Aquí te traemos unos ejemplos de su activismo por el pacifismo, de la oposición activa a la guerra y al servicio militar, como lo veía él, a través de los ojos de las traductoras Marianne Bübeck y Sara Gallardo (1980). Nosotros vemos los mismos comportamientos de siempre, que llevan a los mismos resultados. Comercio, fanatismo, nacionalismo, ideas e ideologías: para “los que ven con sus propios ojos y oyen con sus propios oídos”, estas cosas notifican siempre el mismo porvenir. Más vale prevenir...
Autor: Albert Einstein
Libro: Mi Visión del Mundo (1934)
Las mujeres y la guerra
Pienso que en la próxima guerra habría que enviar al frente a las mujeres patrióticas en lugar de los hombres. Sería algo nuevo en este interminable y desesperante asunto, y además, ¿por qué no dar ocasión a que los sentimientos heroicos del bello sexo se expresen de manera más pintoresca que atacando a miembros indefensos de la población civil?
Tres cartas a los pacifistas
1.
Me llega la noticia de que usted, movido por su gran corazón y por su celo por la humanidad y su destino, realiza grandes cosas en silencio. Pocos son los que ven con sus propios ojos y oyen con sus propios oídos: de ellos dependerá el que los hombres no vuelvan a sumergirse en el letargo ante lo que parece ser el objetivo de una masa fanatizada.
¡Ojalá los pueblos puedan reconocer a tiempo todo lo que tienen que sacrificar de sentimientos nacionalistas para evitar una guerra de todos contra todos! El poder de la conciencia y del espíritu internacional ha demostrado ser muy débil. Tan débil como para establecer pactos con los peores enemigos de la civilización. Ciertos tipos de transigencia son atentados contra la humanidad, aunque se quiera presentárnoslos como pruebas de sabiduría política.
No podemos desesperar de los hombres, dado que nosotros también lo somos. Y es un consuelo saber que hay aún personalidades como usted, vivas y dispuestas.
2.
Tengo que declarar públicamente que una explicación como la que va adjunta carece de valor, según mi punto de vista, para ser presentada a un pueblo que practica el servicio militar obligatorio en tiempo de paz. Su lucha debe dirigirse a una abolición del servicio militar obligatorio. ¡Qué precio más alto debió pagar el pueblo francés por la victoria de 1918! Ha contribuido de muchas maneras a mantenerlo en la peor de las esclavitudes.
¡Sean infatigables en esta lucha! Tienen un importante aliado en los alemanes reaccionarios y militaristas. Pues si Francia mantiene la obligatoriedad del servicio militar, con toda seguridad que a la larga su introducción en Alemania será inevitable. Y por cada esclavo militar francés habrá dos esclavos militares alemanes, lo que no puede ser del interés de Francia.
Solo si conseguimos acabar con el servicio militar podremos implantar la educación de la juventud en un espíritu de entendimiento entre los pueblos y una actitud de amor hacia todo lo viviente. Creo que la negativa al servicio militar por razones de conciencia, en caso que fuera hecha por cincuenta mil soldados, sería un poder irresistible. El individuo no puede obtener mucho. Aunque tampoco puede ser deseable que justamente los seres de más valor sean objeto de la destrucción por parte de esa maquinaria detrás de la cual se esconden tres grandes poderes: Imbecilidad, Temor y Codicia.
3.
En su carta ha tocado usted un punto de la mayor importancia. De hecho son las industrias de armamento uno de los peligros principales para la humanidad. Señala también usted la fuerza maligna que se esconde detrás del nacionalismo, que cunde por doquier...
Es posible que mediante la nacionalización pueda ganarse algo en este aspecto. Pero la delimitación de las industrias comprometidas es muy difícil. ¿Se incluye la aviación? ¿Qué parte de la industria química? ¿Qué parte de la industria metalúrgica?
En lo que concierne al control de la fabricación de municiones y exportación del armamento, la Sociedad de Naciones se ocupa de ello desde años atrás, y sabemos con qué poco éxito. El año pasado pregunté a un conocido diplomático norteamericano por qué no amenazaban al Japón con un embargo comercial si continuaba con esta campaña de violencia. «Nuestros intereses comerciales son demasiado poderosos» fue la respuesta. ¿Cómo es posible ayudar a los hombres si son capaces de contentarse con este tipo de argumentos?
¿Cree verdaderamente que mis palabras pueden lograr algo por sí mismas? ¡Qué ilusión! Las gentes me cortejan en la medida que no las moleste. Pero cuando pretendo servir a objetivos que no les convienen pasan inmediatamente al insulto, mientras que los indiferentes se esconden detrás de su cobardía. ¿No ha hecho aún la prueba del coraje civil de sus compatriotas? La consigna es: no menearlo y no mencionarlo. Puede estar seguro de que encaminaré todos mis esfuerzos a hacer posible lo que indica en su carta, pero de manera tan directa como la que menciona es imposible conseguir nada.
Pacifismo activo
Me alegra y enorgullece la gran manifestación por la paz que ha organizado el pueblo flamenco. Tengo la necesidad de decirles, en nombre de todos los hombres de buena voluntad, lo siguiente: nos sentimos unidos con ustedes en este momento de reflexión y de toma de conciencia.
No olvidemos que será necesaria una dura batalla para mejorar la situación presente, pues el número de los dispuestos a una participación radical es pequeño comparado con la magnitud de los indecisos. Y en cambio el poder de los interesados en alimentar la maquinaria de la guerra es muy grande. No temen tomar cualquier medida con tal de conseguir que la opinión pública sirva a sus intereses.
Parecería que los Jefes de Estado de hoy tienen el objetivo de lograr una paz duradera. Pero el aumento constante de la carrera de armamento de los países indica con toda claridad que solo se preparan para una guerra. Estoy convencido de que el remedio solo puede provenir de los pueblos. Son ellos quienes, si quieren sacarse de encima la esclavitud del servicio militar, tienen que decidirse por un desarme total, en otro caso cada conflicto los llevará a la guerra. Un pacifismo que no ataque activamente el armamentismo de los Estados no podrá conseguir nada.
Ojalá que la consciencia y el buen sentido de los pueblos despierte, para llegar a un estadio de la civilización en el cual la guerra pase a ser solo una inconcebible locura de los antepasados.
El problema del pacifismo
Señoras y señores:
Me alegra que me hayan dado la oportunidad de decirles algunas palabras sobre el pacifismo. La evolución de los últimos años nos ha vuelto a demostrar que no debemos dejar en manos de los gobiernos la responsabilidad de lucha contra los armamentos y contra el espíritu bélico. Pero tampoco la creación de grandes organizaciones con muchos miembros puede por si sola llevarnos a esa meta; ni siquiera acercarnos un poco a ella. El mejor camino es negarse a hacer el servicio militar, con el respaldo de las organizaciones antibélicas, que en cada país ayuden moral y materialmente a los valientes que se nieguen. Así podremos conseguir que la pacificación se transforme en una verdadera lucha, a la que se sientan llamados todos los que tengan una naturaleza fuerte. Es una lucha ilegal, pero es la lucha de los verdaderos derechos de las gentes frente a sus gobiernos, mientras estos exijan de sus ciudadanos un comportamiento criminal.
Muchos de los que se toman por verdaderos pacifistas no colaborarían con un pacifismo tan radical basándose en razones patrióticas. No se puede contar con ellos en un primer momento. Lo demostró ampliamente la primera guerra mundial.
Les agradezco de corazón que me hayan dado la oportunidad de expresar de viva voz mi punto de vista.