Miguel de Cervantes: Prólogo a Don Quijote

Miguel de Cervantes: Prólogo a Don Quijote
Cervantes escribiendo el prólogo del “Quijote”, de Luis Paret y Alcázar (c. 1797) - Biblioteca Nacional de España
Contexto Condensado

Aunque parezca increíble, no todas las páginas sobre el Quijote han sido escritas. El libro más editado y traducido de la historia después de la Biblia todavía encuentra nuevos análisis, nuevos ángulos, nuevas interpretaciones; y, en cada generación, nuevos lectores. Aquí sólo podemos decir algunas cosas, condensar algo del contexto.

El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha está dividido en dos partes: la primera estrenada a finales de diciembre de 1604, la segunda en 1615. Es probable que haya existido una versión más corta antes de 1604 (o quizás una edición de la misma obra). En pocas décadas —recordemos que no había internet ni automóviles ni aviones— ya se había esparcido por casi toda Europa en sendas traducciones. La novela, picarísima, es una sátira de la literatura caballeresca, entonces de moda, y de la sociedad.

Esa misma línea sigue el prólogo, donde se entiende que tira algunos golpes directos a Lope de Vega, hasta entonces su amigo. Se burla de una costumbre de la época, abusada por los autores: introducir antes de la obra poemas que elogien el libro. Cervantes dice que no encontró nadie de gran renombre que lo haga por él, y escribe los poemas él mismo. Y en un ejercicio de (falsa) modestia, abre las puertas a la crítica de su este su «hijo». Aunque critica a los autores que se valen de otros para validarse y, por lo tanto, se exceden en citas y referencias —«naturalmente soy poltrón y perezoso de andarme buscando autores que digan lo que yo me sé decir sin ellos»—, el prólogo y la novela tienen, inevitablemente, referencias y guiños, sobre todo a los autores de la antigüedad. Easter eggs como dicen en inglés, en un término casi intraducible.

Permitime ahora hablar un rato de la traducción. Así como hay traducciones del español al inglés o al alemán o a todos los otros idiomas, hay traducciones del español al español, del español medio al actual, o del castellano al español. No es este el lugar para entrar en debates académicos sobre el tema ni en polémicas. O quizás sí. Las «traducciones» del Quijote que leemos ahora se han dado el gusto de poner comillas o rayas (—) para demarcar cosas que dice un personaje, cuando en el texto original tales demarcaciones no existen. Han introducido signos de admiración o interrogación que en el original no existen, quiebres de párrafos y distintos tamaños de letras para marcar citas, y han quitado mayúsculas.

Se han dado el gusto de escribir «casa», «Castilla», «queréis», «cuando», «hacer», «olvido», «dejé», «supenso», «DUQUE DE BÉJAR», «señor», «Juan», «Saavedra», cuando en el texto de la época de Miguel de Ceruantes Saauedra, se lee que su obra estaba dedicada al DVQVE DE BEIAR y, con priuilegio de Caſtilla, se vendía en caſa de Franciſco de Robles, librero del Rey nṙo ſeñor. Y se escribía «quando», «hazer», «quereys», «oluido», «dexê», «ſuſpenſo»; y DON QUIJOTE era DON QVIXOTE. Es lo mismo, pero no es igual.
Portada de una edición de 1608
Aun cuando muchas palabras y signos han sido modernizados, la mayoría de los re-editores ha decidido mantener «della» en vez «de ella», «concetos» en vez de «conceptos», «escribilla» en vez de «escribirla», «mesmo» en vez de «mismo», «calunien» en vez de «calumnien». ¿Por qué? ¿Cuál es la línea que divide lo aceptable de lo inaceptable? ¿Lo puro de lo profano? Es imaginaria y arbitraria, como todos los límites por los que nos peleamos.

Como el prólogo puede ser difícil de leer si no es «traducido», lo modernizamos un poco más. Pero en algún lado se tiene que marcar esa línea imaginaria, y por eso mantenemos «leyentes», «quisiérades», «veréisos». (Muchas veces criticamos lo mismo que nosotros también somos.) Como todo en la vida, algo tiene que dividir lo aceptable de lo inaceptable: el humano necesita límites para «no irse de la raya» (literalmente). Y para entretenerse en debates, generalmente vanos, sobre esas líneas que se mueven con el tiempo y los contextos.

Para los lectores que quieran la versión pura, abajo publicamos imágenes del texto en el español medio de Ceruantes, sacadas de la edición de 1608 a cargo de Iuan de la Cueſta (Juan de la Cuesta). Aquí el link del libro completo en Internet Archive.

Volvamos ahora a eso de las referencias, «nuestro pitillo» (jerga de los llanos orientales de Bolivia que quiere decir «nuestro vicio»). El Quijote, como todo gran libro, es también literatura intertextual, sobre todo la segunda parte, que no sólo menciona la primera, sino también una famosa crítica publicada en 1614 por un tal Alonso Fernández de Avellanada, lopista cuya verdadera identidad se desconoce, quien divulgó un falso Segundo tomo del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.

Cervantes murió en 1616, un año después de lanzar el saldo de la obra. Cuando publicó la primera parte tenía 57 años. Que estaba entrado en años, lo deja saber en el prólogo, quizás uno de los mejores de la historia (y por eso nuestro interés en compartirlo y que sea leído). Habla en él de la inalienable libertad de pensamiento, que no es lo mismo que la libertad de expresión: uno no puede pasearse diciendo que quiere matar al rey, pero «debajo de mi manto, al rey mato». Mantener la libertad de pensamiento, para poder decir y hacer lo que uno quiere, incluso contra la costumbre académica de los tiempos —para que luego, en uno de esos arranques de humor que tiene el destino, los académicos terminen estudiando su texto sin final—, libertad para innovar, porque «no quiero irme con la corriente del uso». Y es que la corriente a veces arrastra la lógica.

Dice Cervantes que este su «hijo seco, avellanado, se engendró en una cárcel». Nótese que estuvo preso en 1592, en 1597, en 1602; fue esclavo entre 1575 y 1580 en Argel, y después de eso cambió su segundo apellido, que de nacimiento era Cortinas. Según Luce López- Baralt, Saavedra tiene que ver con el idioma en Argel y el hecho de que tenía el brazo izquierdo medio tullido por culpa de unas heridas sufridas en la batalla de Lepanto (shaibedraa significaría «brazo estropeado» en el dialecto magrebí).

Su vida parece llena de aventuras y anécdotas; y su legado, lleno de preguntas sin resolver. ¿Cuál era el lugar de la Mancha? ¿En qué prisión engendró el Quijote? ¿Por qué se cambió el apellido? ¿Por qué pidió al rey ser corregidor de la ciudad de La Paz? Vale la pena mantener cierto misterio sobre todas esas circunstancias que le sirvieron de molde para leer lo que leemos introducido en las siguientes palabras, obra que lo encumbró en la literatura del idioma que ahora se apoda «la lengua de Cervantes».
Autor: Miguel de Cervantes (1547-1616)

Libro: El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
> Prólogo

Probablemente publicado en 1604

Desocupado lector, sin juramento me podrás creer que quisiera que este libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que pudiera imaginarse. Pero no he podido yo contravenir al orden de naturaleza; que en ella cada cosa engendra su semejante. Y así, ¿qué podrá engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación? El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu son grande parte para que las musas más estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y de contento. Acontece tener un padre un hijo feo y sin gracia alguna, y el amor que le tiene le pone una venda en los ojos para que no vea sus faltas, antes las juzga por discreciones y lindezas y las cuenta a sus amigos por agudezas y donaires. Pero yo, que, aunque parezco padre, soy padrastro de don Quijote, no quiero irme con la corriente del uso, ni suplicarte, casi con las lágrimas en los ojos, como otros hacen, lector carísimo, que perdones o disimules las faltas que en este mi hijo vieres, pues ni eres su pariente ni su amigo, y tienes tu alma en tu cuerpo y tu libre albedrío como el más pintado, y estás en tu casa, donde eres señor de ella, como el rey de sus alcabalas, y sabes lo que comúnmente se dice, que debajo de mi manto, al rey mato. Todo lo cual te exenta y hace libre de todo respecto y obligación, y así, puedes decir de la historia todo aquello que te pareciere, sin temor que te calumnien por el mal ni te premien por el bien que dijeres de ella.

Sólo quisiera dártela monda y desnuda, sin el ornato de prólogo, ni de la inumerabilidad y catálogo de los acostumbrados sonetos, epigramas y elogios que al principio de los libros suelen ponerse. Porque te sé decir que, aunque me costó algún trabajo componerla, ninguno tuve por mayor que hacer esta prefación que vas leyendo. Muchas veces tomé la pluma para escribirla, y muchas la dejé, por no saber lo que escribiría; y estando una suspenso, con el papel delante, la pluma en la oreja, el codo en el bufete y la mano en la mejilla, pensando lo que diría, entró a deshora un amigo mío, gracioso y bien entendido, el cual, viéndome tan imaginativo, me preguntó la causa, y, no encubriéndosela yo, le dije que pensaba en el prólogo que había de hacer a la historia de don Quijote, y que me tenía de suerte que ni quería hacerle, ni menos sacar a luz las hazañas de tan noble caballero.

—Porque, ¿cómo queréis vos que no me tenga confuso el qué dirá el antiguo legislador que llaman vulgo cuando vea que, al cabo de tantos años como ha que duermo en el silencio del olvido, salgo ahora, con todos mis años a cuestas, con una leyenda seca como un esparto, ajena de invención, menguada de estilo, pobre de conceptos y falta de toda erudición y doctrina; sin acotaciones en las márgenes y sin anotaciones en el fin del libro, como veo que están otros libros, aunque sean fabulosos y profanos, tan llenos de sentencias de Aristóteles, de Platón y de toda la caterva de filósofos, que admiran a los leyentes, y tienen a sus autores por hombres leídos, eruditos y elocuentes? Pues que cuando citan la Divina Escritura, no dirán sino que son unos santos Tomases y otros doctores de la Iglesia; guardando en esto un decoro tan ingenioso que en un renglón han pintado un enamorado distraído y en otro hacen un sermoncico cristiano, que es un contento y un regalo oírle o leerle. De todo esto ha de carecer mi libro, porque ni tengo qué acotar en el margen, ni qué anotar en el fin, ni menos sé qué autores sigo en él, para ponerlos al principio, como hacen todos, por las letras del A B C, comenzando en Aristóteles y acabando en Xenofonte y en Zoilo o Zeuxis, aunque fue maldiciente el uno y pintor el otro. También ha de carecer mi libro de sonetos al principio, a lo menos de sonetos cuyos autores sean duques, marqueses, condes, obispos, damas o poetas celebérrimos; aunque, si yo los pidiese a dos o tres oficiales amigos, yo sé que me los darían, y tales, que no les igualasen los de aquéllos que tienen más nombre en nuestra España. En fin, señor y amigo mío—proseguí— yo determino que el señor don Quijote se quede sepultado en sus archivos en la Mancha, hasta que el cielo depare quien le adorne de tantas cosas como le faltan; porque yo me hallo incapaz de remediarlas, por mi insuficiencia y pocas letras, y porque naturalmente soy poltrón y perezoso de andarme buscando autores que digan lo que yo me sé decir sin ellos. De aquí nace la suspensión y elevamiento en que me hallastes: bastante causa para ponerme en ella la que de mí habéis oído.

Oyendo lo cual mi amigo, dándose una palmada en la frente y disparando en una larga risa, me dijo:

—Por Dios, hermano, que ahora me acabo de desengañar de un engaño en que he estado todo el mucho tiempo que ha que os conozco, en el cual siempre os he tenido por discreto y prudente en todas vuestras acciones. Pero ahora veo que estáis tan lejos de serlo como lo está el cielo de la tierra. ¿Cómo que es posible que cosas de tan poco momento y tan fáciles de remediar puedan tener fuerzas de suspender y absortar un ingenio tan maduro como el vuestro, y tan hecho a romper y atropellar por otras dificultades mayores? A la fe, esto no nace de falta de habilidad, sino de sobra de pereza y penuria de discurso. ¿Queréis ver si es verdad lo que digo? Pues estadme atento y veréis cómo en un abrir y cerrar de ojos confundo todas vuestras dificultades, y remedio todas las faltas que decís que os suspenden y acobardan para dejar de sacar a la luz del mundo la historia de vuestro famoso don Quijote, luz y espejo de toda la caballería andante.

—Decid —le repliqué yo, oyendo lo que me decía—: ¿de qué modo pensáis llenar el vacío de mi temor y reducir a claridad el caos de mi confusión?

A lo cual él dijo:

—Lo primero en que reparáis de los sonetos, epigramas o elogios que os faltan para el principio, y que sean de personajes graves y de título, se puede remediar en que vos mismo toméis algún trabajo en hacerlos, y después los podéis bautizar y poner el nombre que quisiéredes, ahijándolos al Preste Juan de las Indias o al Emperador de Trapisonda, de quien yo sé que hay noticia que fueron famosos poetas; y cuando no lo hayan sido y hubiere algunos pedantes y bachilleres que por detrás os muerdan y murmuren de esta verdad, no se os dé dos maravedís; porque ya que os averigüen la mentira, no os han de cortar la mano con que lo escribistes.

En lo de citar en las márgenes los libros y autores de donde sacáredes las sentencias y dichos que pusiéredes en vuestra historia, no hay más sino hacer, de manera que venga a pelo, algunas sentencias o latines que vos sepáis de memoria, o, a lo menos, que os cuesten poco trabajo el buscarlos, como será poner, tratando de libertad y cautiverio:

Non bene pro toto libertas venditur auro.

Y luego, en el margen, citar a Horacio, o a quien lo dijo. Si tratáredes del poder de la muerte, acudir luego con:

Pallida mors aequo pulsat pede pauperum tabernas,
Regumque turres.

Si de la amistad y amor que Dios manda que se tenga al enemigo, entraros luego al punto por la Escritura Divina, que lo podéis hacer con tantico de curiosidad, y decir las palabras, por lo menos, del mismo Dios: Ego autem dico vobis: diligite inimicos vestros. Si tratáredes de malos pensamientos, acudid con el Evangelio: De corde exeunt cogitationes malae. Si de la instabilidad de los amigos, ahí está Catón, que os dará su dístico:

Donec eris felix, multos numerabis amicos,
Tempora si fuerint nubila, solus eris.

Y con estos latinicos y otros tales os tendrán siquiera por gramático, que el serlo no es de poca honra y provecho el día de hoy. En lo que toca al poner anotaciones al fin del libro, seguramente lo podéis hacer, de esta manera: si nombráis algún gigante en vuestro libro, hacelde que sea el gigante Golías, y con sólo esto, que os costará casi nada, tenéis una grande anotación, pues podéis poner: «El gigante Golías, o Goliat, fue un filisteo a quien el pastor David mató de una gran pedrada, en el valle de Terebinto, según se cuenta en el libro de los Reyes», en el capítulo que vos halláredes que se escribe. Tras esto, para mostraros hombre erudito en letras humanas y cosmógrafo, haced de modo como en vuestra historia se nombre el río Tajo, y veréisos luego con otra famosa anotación, poniendo: «El río Tajo fue así dicho por un rey de las Españas; tiene su nacimiento en tal lugar y muere en el mar Océano, besando los muros de la famosa ciudad de Lisboa, y es opinión que tiene las arenas de oro», etc. Si tratáredes de ladrones, yo os daré la historia de Caco, que la sé de coro; si de mujeres rameras, ahí está el obispo de Mondoñedo, que os prestará a Lamia, Laida y Flora, cuya anotación os dará gran crédito; si de crueles, Ovidio os entregará a Medea; si de encantadores y hechiceras, Homero tiene a Calipso, y Virgilio a Circe; si de capitanes valerosos, el mismo Julio César os prestará a sí mismo en sus Comentarios, y Plutarco os dará mil Alejandros. Si tratáredes de amores, con dos onzas que sepáis de la lengua toscana, toparéis con León Hebreo, que os hincha las medidas. Y si no queréis andaros por tierras extrañas, en vuestra casa tenéis a Fonseca, Del amor de Dios, donde se cifra todo lo que vos y el más ingenioso acertare a desearle en tal materia. En resolución, no hay más sino que vos procuréis nombrar estos nombres, o tocar en la vuestra estas historias que aquí he dicho, y dejadme a mí el cargo de poner las anotaciones y acotaciones; que yo os voto a tal de llenaros las márgenes y de gastar cuatro pliegos en el fin del libro. Vengamos ahora a la citación de los autores que los otros libros tienen, que en el vuestro os faltan. El remedio que esto tiene es muy fácil, porque no habéis de hacer otra cosa que buscar un libro que los acote todos, desde la A hasta la Z, como vos decís. Pues ese mismo abecedario pondréis vos en vuestro libro; que, puesto que a la clara se vea la mentira, por la poca necesidad que vos teníades de aprovecharos de ellos, no importa nada; y quizá alguno habrá tan simple que crea que de todos os habéis aprovechado en la simple y sencilla historia vuestra; y cuando no sirva de otra cosa, por lo menos servirá aquel largo catálogo de autores a dar de improviso autoridad al libro. Y más, que no habrá quien se ponga a averiguar si los seguistes o no los seguistes, no yéndole nada en ello. Cuanto más que, si bien caigo en la cuenta, este vuestro libro no tiene necesidad de ninguna cosa de aquéllas que vos decís que le faltan, porque todo él es una invectiva contra los libros de caballerías, de quien nunca se acordó Aristóteles, ni dijo nada San Basilio, ni alcanzó Cicerón; ni caen debajo de la cuenta de sus fabulosos disparates las puntualidades de la verdad, ni las observaciones de la astrología; ni le son de importancia las medidas geométricas, ni la confutación de los argumentos de quien se sirve la retórica; ni tiene para qué predicar a ninguno, mezclando lo humano con lo divino, que es un género de mezcla de quien no se ha de vestir ningún cristiano entendimiento. Sólo tiene que aprovecharse de la imitación en lo que fuere escribiendo; que cuanto ella fuere más perfecta, tanto mejor será lo que se escribiere. Y, pues esta vuestra escritura no mira a más que a deshacer la autoridad y cabida que en el mundo y en el vulgo tienen los libros de caballerías, no hay para qué andéis mendigando sentencias de filósofos, consejos de la Divina Escritura, fábulas de poetas, oraciones de retóricos, milagros de santos, sino procurar que a la llana, con palabras significantes, honestas y bien colocadas, salga vuestra oración y período sonoro y festivo; pintando, en todo lo que alcanzáredes y fuere posible, vuestra intención; dando a entender vuestros conceptos sin intricarlos y escurecerlos. Procurad también que, leyendo vuestra historia el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla. En efecto, llevad la mira puesta a derribar la máquina mal fundada de estos caballerescos libros, aborrecidos de tantos y alabados de muchos más; que si esto alcanzásedes, no habríades alcanzado poco.

Con silencio grande estuve escuchando lo que mi amigo me decía, y de tal manera se imprimieron en mí sus razones que, sin ponerlas en disputa, las aprobé por buenas y de ellas mismas quise hacer este prólogo, en el cual verás, lector suave, la discreción de mi amigo, la buena ventura mía en hallar en tiempo tan necesitado tal consejero, y el alivio tuyo en hallar tan sincera y tan sin revueltas la historia del famoso don Quijote de la Mancha, de quien hay opinión por todos los habitadores del distrito del campo de Montiel, que fue el más casto enamorado y el más valiente caballero que de muchos años a esta parte se vio en aquellos contornos. Yo no quiero encarecerte el servicio que te hago en darte a conocer tan noble y tan honrado caballero; pero quiero que me agradezcas el conocimiento que tendrás del famoso Sancho Panza, su escudero, en quien, a mi parecer, te doy cifradas todas las gracias escuderiles que en la caterva de los libros vanos de caballerías están esparcidas. Y con esto, Dios te dé salud, y a mí no olvide.

Vale.


Referenciado en:

Memes intertextuales (con Irene Vallejo, Julia Kristeva, Magritte et al.)
Parecido entre literatura y memes. La influencia de un mito en los Red Hot Chili Peppers, en un cuadro de Botticelli, otro de Magritte y varios textos. El bautizo de lo «intertextual» por Julia Kristeva ft. Bajtín; ejemplos de intertextualidad por Irene Vallejo, y otros más. El portal NYC-Dublín.

Complementar con:

Robert Greene: unos tigres, un ataque a Shakespeare, y la vida que se acaba y se repite
Si una triste experiencia los mueve hacia la prudencia, o si una desdicha inaudita les ruega prestar atención, no dudo que mirarán hacia atrás con pena por su tiempo pasado, y se esforzarán con arrepentimiento en gastar el que está por venir. Hombres básicos son si por mi desdicha no son advertidos.

Nombra a:

Aristóteles - Conectorium
Aristóteles (Ἀριστοτέλης; Estagira, 384 a. C. - Calcis, 322 a. C.). Filósofo, polímata y científico que todo el mundo conoce, considerado, con Platón—de quien fue discípulo—, padre de la filosofía occidental. Estuvo 20 años en la Academia. A la muerte de Platón, se fue al Reino de Macedonia a ser maestro de Alejandro Magno (5 años). Volvió a Atenas y fundó el Liceo; allí enseñó hasta un año antes de morir. Escribió como 200 obras, solo quedan 31 (ninguna de ellas hechas para publicarse).
Platón - Conectorium
Πλάτων, Plátōn, su verdadero nombre era Aristocles (Atenas o Egina,​ c. 427-347 a. C.). Pupilo de Sócrates, maestro de Aristóteles, fundador de la Academia de Atenas, que perduraría más de 900 años: todo el mundo sabe quién es Platón. Lo que no saben es que significa “espalda ancha”: antes de ser filósofo, fue atleta y luchador. Todo el mundo sabe quien fue, pocos lo citan bien citado.
Julio César - Conectorium
Cayo o Gayo Julio César (12 o 13 de julio de 100 a.C. – 15 de marzo de 44 a.C.) fue un político y militar romano, miembro de los patricios Julios Césares que alcanzó las más altas magistraturas del Estado romano y dominó la política de la República tras vencer en la guerra civil que le enfrentó al sector más conservador del Senado. Fue cónsul de Roma el año 59 a.C. y dictador “perpetuo” entre el 49 y el 44 a.C. El resto es Historia.
Cicerón - Conectorium
Marco Tulio Cicerón​ (Arpino, 3/01/106 a.C. – Formia, 7/12/43 a.C.) fue un político, abogado, filósofo, escritor y orador romano. Uno de los más grandes retóricos y estilistas de la prosa en latín de la República, uno de los autores más importantes de la historia romana y uno de los máximos defensores del sistema republicano. Se le recuerda por sus escritos de carácter humanista, filosófico y político. Sus cartas transportan al lector a la época e introdujeron un depurado estilo epistolar.